viernes, 13 de febrero de 2009

VI.

El sonido agudo del portero automático precedió a la voz de Beatriz. Cuando oyó a Ángel y Luna dudó por unos instantes y, finalmente, un susurro anunció su bajada a la calle. Resolvieron pasear por el parque que había cerca de su casa mientras charlaban acerca de Nacho. La sorpresa de Beatriz fue mayúscula cuando conoció la noticia de la desaparición de su novio. Recibió el hecho con unas lágrimas que se perdían en el escote de su blusa. Decidió contar lo sucedido la noche anterior en La Pérgola.
- Se marchó y me dio un buen plantón. Hoy estaba tan cabreada que por eso no he querido ir a clase -explicó-. Pero no me imaginé que se iba a fugar. ¿Y nadie sabe nada?
- Si no sabes nada tú, que eres con quien más estuvo en los últimos meses, nadie sabe nada -respondió Ángel.
- No, yo no sé nada. El caso es que sí, se le veía un poco harto de todo, pero no me dijo nada. Habíamos discutido, pero no creo que se haya ido por eso... discutíamos a menudo.
- A lo mejor ésa es la causa -arremetió Luna, agresiva.
- Tú que sabrás. No te metas donde no te llaman, idiota.
Antes de que Luna tuviera tiempo de replicar, Ángel se adelantó y trató de calmar los ánimos. La conversación, empero, siguió por el mismo camino. Cada frase de ambas, daba pie para que la contraria supusiera toda una provocación. La rivalidad de las dos muchachas sorprendió a Ángel, que no veía el modo de parar aquel enfrentamiento que se perdía en lo inútil, puesto que la susceptibilidad no les ayudaría mucho a localizar a Nacho. Tras analizar por espacio de una hora los posibles motivos por los que su amigo se había fugado, no supieron desentrañar la causa real. Todo se convertía en absurdas divagaciones, sin demasiada base, que acababan desmoronándose por su propia inconsistencia.
Nacho había sufrido una increíble transformación a los ojos de sus amigos y su novia.
Era un completo desconocido que, de un modo irracional, se había convertido en imprescindible. Ignoraban casi todo acerca de él y no habían reparado en ello hasta el momento en que más falta les hacía. Su único consuelo era que ni siquiera sus padres le conocían. Posiblemente, eran ellos tres los que poseían un mayor conocimiento de Nacho y de lo que era en realidad. Esta situación les hacía sentirse impotentes, inútiles.
- Tiene gracia -murmuró Beatriz-. Aquella noche, en el pub del piano, me lo dijo. ¡Cómo fue exactamente? Creo que lo llamó “un adiós inesperado y definitivo”. Y no le creí. Le contesté que eso era muy fácil decirlo pero no hacerlo -hizo una pausa para tomar aire y sonarse la nariz, congestionada por el llanto-. Y él lo sabía, Dios mío, sabía perfectamente que esa misma noche se iba a marchar. Cuando me dijo que me quería lo hizo de un modo que..., que parecía el último. En ese momento no quise darle importancia y creí que era yo, que estaba demasiado romanticona después de aquella canción. Pero era eso, era el último “te quiero”, el último beso...
Beatriz rompió a llorar, cubriéndose el rostro con las manos. Ángel la abrazó y dejó que apoyara la cabeza sobre su hombro. Quería consolarla de alguna manera, a ella y a Luna, pero no sabía cómo. Ni siquiera sabía cómo consolarse a sí mismo. Resultaba que Nacho lo tenía todo planeado y no había desvelado su fuga a nadie. Aquello no era un fogonazo y, precisamente por eso era mucho más preocupante y desolador. El frágil rayo de esperanza que aún alumbraba su angustia, había desaparecido, se había extinguido. Nada quedaba de él y se hallaban inmersos en la oscuridad de la melancolía, de la depresión en la que no se ve salida posible. Esa oscuridad de la que uno se empapa, convenciéndose que es inútil tratar de evadirse. A veces, ni siquiera se tienen ganas de escapar. Esa oscuridad que ciega a cualquiera que se hunda en ella, que supone una odiosa soledad, difícil de sobrellevar, a pesar de encontrarse rodeado de gente. Esa profunda oscuridad que únicamente puede estallar en una amalgama de color y luz si la persona que la produjo se lo propone, si la persona que decidió compartirla creyendo que así la combatía regresa al punto de partida. Pero esa persona ya estaba muy lejos. Antes de irse, incluso, se encontraba alejado. La distancia que había por medio era insalvable. Todos lo sabían. Todos.

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