miércoles, 18 de febrero de 2009

II.

Seis. Seis veces tuvo que marcar hasta alcanzar lo que buscaba. Mantuvo una conversación muy animada con la mujer que se hallaba al otro lado del auricular. Durante dos minutos, la expresión de la cara de aquel hombre cambió, suavizándose los rasgos, sugiriendo cierta expresión de satisfacción. Anotó un teléfono precedido de un prefijo, se despidió y colgó. Permaneció unos segundos con el auricular sujeto, apretándolo contra el aparato que lo sustentaba y mirando al vacío. De súbito, parpadeó y despertó del trance en que se encontraba. Miró a su alrededor y distinguió las guías de Bilbao. Tomó una de ellas y realizó la misma operación que la vez anterior. En esta ocasión, contaba con los apellidos y el teléfono; había de averiguar la dirección. El número de “Uriarte” era mucho mayor que en Madrid. Deslizó su dedo índice a lo largo de las interminables listas de números, cada vez más rápidamente, notando cómo la presión y velocidad con que lo hacía le quemaba la yema. Y la sensación de abrasarse alcanzó su cénit cuando el número que figuraba en el listín coincidía con el apuntado en el pedazo de papel que apretaba en su puño. Extrajo del bolsillo trasero de su pantalón una pluma azul Mont Blanc y escribió la dirección que acababa de encontrar. Guardó el pedazo de papel en su cartera y salió a la calle, fundiéndose en la incesante corriente de peatones, contagiándose de su ritmo vertiginoso y buscando desesperadamente un taxi libre con la mirada.
- Al aeropuerto de Barajas, por favor.
Y el taxi se perdió entre la otra corriente que siempre subyace en las ciudades: la de los vehículos, que al final, nunca le llevan a uno donde realmente desearía.

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