miércoles, 11 de febrero de 2009

V.

Subía de tres en tres los peldaños de las escaleras, sorteando a los alumnos que se dirigían a la cafetería. La clase de Beatriz se encontraba en la sexta planta, junto a los laboratorios. A medida que ascendía de nivel, Ángel notaba cómo la fatiga se apoderaba de él y el número de escalones se veía reducido, subiéndolos ahora de uno en uno y con un ritmo mucho más pausado. Cuando atravesó la cuarta planta se cruzó con Luna, que al verle salió a su paso.
- ¿A dónde vas?
- A buscar a Beatriz -contestó Ángel.
- Oye, ¿qué te ha contado el padre de Nacho?
- Es un gilipollas -replicó con desprecio.
- ¿Por?
- ¿Te puedes creer que piensan que está metido en drogas ? ¡Vamos, hombre!
El silencio se hizo con el dominio de la situación hasta que llegaron a la sexta planta. Se dirigieron hacia la clase de Beatriz. Buscaron su rostro entre aquel conjunto de caras desconocidas y no lo hallaron por ninguna parte. Preguntaron a un par de muchachas que se sentaban cerca del sitio en que acostumbraba a hacerlo Beatriz.
- No, hoy no ha venido en todo el día.
Ángel y Luna cruzaron sus miradas y compartieron el mismo pensamiento : “¿Se habrían fugado juntos?”. Decepcionados, bajaron de nuevo las escaleras y resolvieron saltarse el resto de las clases del día para poder charlar con tranquilidad en la cafetería.
Sentados en el suelo porque todas las mesas se encontraban ocupadas, mantuvieron una conversación que trataba por todos los medios de resolver, en vano, el enigma de la desaparición.
- Yo le conozco desde hace muchos años -aseguró Ángel-, pero tú has hablado mucho con él. ¿Nunca te contó nada?
- No -respondió Luna, vacilando- Bueno, alguna vez me había comentado que estaba un poco quemado de todo, en su casa, cuando discutía con Beatriz... Pero todos hemos estado quemados y no nos hemos fugado.
- Ya, pero Nacho no es todos y tú lo sabes.
El silencio volvió a hacerse con el dominio de la situación. Ambos pensaban igual, compartiendo idéntica reflexión y mismo temor a admitirlo. Fue Ángel quien se lanzó al vacío y dijo la terrible verdad que angustiaba con su peso a los dos.
- Le conocíamos pero no sabíamos nada de él.
- ¿Por qué hablas en pasado? -preguntó la muchacha, levantando la cabeza para inquirir aún más con la mirada.
- Vamos Luna, no me digas que no tienes la sensación de que jamás volverás a verle.
Se calló. Volvió a bajar la cabeza y notó como una lágrima se escapaba de su ojo, resbalando por la mejilla. Aquella lágrima casi le quemaba la piel. En ese momento hubiera deseado levantar la cabeza y encontrarse con Nacho en lugar de Ángel, pero en el fondo todo lo que había dicho éste era la triste realidad. Jamás volverían a ver a su amigo. Cuando Nacho hacía algo, cabían siempre dos posibilidades : que fuera fruto de una larga reflexión, en cuyo caso no se volvería atrás por considerarlo suficientemente razonado, o que fuera producto de uno de sus fogonazos, y tampoco se arrepentiría porque de no ser por esos fogonazos, para bien o para mal, Nacho estaría muerto en vida. Eran aquellos impulsos los que le elevaban a lo que era o le reducían, porque no se sabía muy bien si aquello era un virtud loable o un defecto despreciable.
- ¿Y por qué nos hemos tenido que dar cuenta ahora, precisamente ahora que ya no podemos hacer nada? -quiso saber amargamente Luna.
- No tengo ni idea. No sé tú, pero yo no necesité nunca que me contara más de lo que me contaba.
- Eso es verdad -corroboró-. Sabía hacerlo muy bien. Te ponías a hablar con él y cuando te ibas estabas contenta porque te habías reído un montón y te olvidabas un rato de los problemas. De todos modos, muchas veces se le notaba que le pasaba algo, aunque tratara de disimularlo con sus gansadas. Anda que no he intentado veces que me lo contara y siempre le decía “¿Qué te pasa?” y me respondía “Nada”. Y yo lo puedo preguntar dos veces, tres veces, pero si siempre tienes la misma respuesta, pues mira, sinceramente, paso de seguir hablando del tema.
- Hay que hablar con Beatriz -sugirió Ángel, dando un giro a la conversación-. Ella seguro que sabe algo -miró a Luna y le guiñó un ojo-. ¿Vamos?
Los dos amigos salieron de la Facultad, vencidos por la amargura de creer que no verían más a Nacho. Ni siquiera la esperanza sería capaz de arremeter contra aquella angustiosa sensación que les devoraba las entrañas.

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