miércoles, 11 de febrero de 2009

IV.

- ¿Cuándo fue la última vez que le viste? -preguntó Pedro.
- Hace un par de días, más o menos -Ángel trataba de hacer memoria pero no lograba acordarse exactamente.
- ¿Te dijo algo o viste que hiciera algo raro?
- No, que va. Estaba como siempre. Venía a clase, bajábamos a la cafetería... lo de siempre.
- ¿Y no le pasaba nada?
- No.
- ¿Nada? ¿Estaba metido en drogas?
Ángel se enfadó. Cerró fuertemente el puño y se contuvo milagrosamente para no reaccionar con demasiada brusquedad.
- No tiene ni puta idea de quién era su hijo, ¿verdad?
- Escucha, niñato -dijo Pedro, clavando su dedo anular en el pecho del joven-, conozco mejor que nadie a mi hijo y sé perfectamente que no se ha ido por su propia voluntad. O se lo han llevado o le han convencido para que se fuera.
- Lo que yo decía, ni puta idea... Tenga -dijo escribiendo unas cifras en un pedazo de papel-, éste es mi número. Llámeme en cuanto sepa algo o si les hago falta.
Ángel no regresó a clase. Se dirigió inmediatamente a la cafetería. Pidió una cerveza y se sentó en la mesa que solía ocupar con Nacho. Repasó mentalmente los días pasados y no encontraba ningún motivo por el que su amigo se hubiera fugado. Y había hecho eso : se había fugado. La posibilidad de un rapto se desvanecía desde el mismo instante en que faltaba ropa en el armario de Nacho y una bolsa de viaje había sido extraída del maletero donde se guardaba. Ángel conocía los problemas de su amigo en casa ; nunca los había conocido a fondo, pero sabía de su existencia. A pesar de ello, consideraba que no era razón suficiente para haberse marchado.
Cuatro botellas vacías de cerveza escoltaban a una llena que Ángel sostenía con su mano. Seguía reflexionando acerca de la conversación mantenida con el padre de Nacho. No podía dar crédito a lo que había oído. Era inconcebible que contemplaran la posibilidad de las drogas, ¿o no? Estaba muy confuso. Se lamentaba amargamente de la desaparición de su amigo y veía arruinados todos sus sueños, surgidos siempre del whisky de alguna borrachera, de encontrar en un futuro un trabajo, ganar un sueldo decente y viajar a Alemania, a la Fiesta de la Cerveza. Y eso era lo menos grave que podía suceder. Lo peor, pensaba, era que perdería a un amigo que siempre lo había dado todo por él, sin pedir jamás explicaciones. Un amigo que a veces se ausentaba por cualquier motivo y que rechazaba alguna juerga de vez en cuando, pero que si se le necesitaba, ni siquiera daba tiempo a pensar en pedir su ayuda, ya estaba allí. Un amigo que nunca falla, un verdadero amigo.
Ángel recordó entonces a Beatriz. Quizá ella supiera algo más de Nacho. Últimamente se había visto mucho y ella sería seguramente quien pudiera aportar más información sobre el paradero de Nacho. Acabó la quinta cerveza y se levantó, dispuesto a buscar a Beatriz. Tan solo esperaba que no fuera precisamente ella la causante de la fuga, aunque algo le decía en su interior que resultaba lo más probable.

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