miércoles, 21 de enero de 2009

XIV.

Durante unos seis meses estuve yendo a casa de Marisa, desplegando mi arte y mi sexo, que acabaron tan íntimamente unidos que a veces no conseguía discernirlos. Esa relación era una completa estupidez, pero no era consciente de ello y Marisa, con sus treinta y cuatro años, tampoco parecía querer darse cuenta. Seguimos alimentando aquella hoguera, cuyas llamas alcanzaron una altura impresionante, hasta que nos quedamos sin leña y se extinguió por completo... habiéndonos abrasado antes.
Una de las llamas más altas tuvo lugar en La Pérgola. Se trataba de un pequeño local al que acudían peregrinos nocturnos de toda índole. Su único lazo de unión era la droga y el alcohol y quisieron que yo participara de él. Llegó la noche del debut. “Conmigo vas a perder las dos virginidades”, decía Marisa. Y así fue. Por decirlo de alguna manera, esa noche me desvirgué musicalmente hablando, ante un patético auditorio de borrachos y drogadictos. Eran escoria, la lacra de una sociedad que los había creado y no tenía intención de destruirlos porque confiaba en su propia autoaniquilación. Estaban acabados, su moral esquelética se había desvanecido y no eran más que una burda pandilla de fracasados. Pero me aplaudían, me gritaban “Bravo, muchacho” y se mostraban como una alternativa, como una salida a mi penosa situación familiar. El dueño del local, Diego, decidió incorporarme a su equipo de cantautores, de extraños personajes que llegaban con sus instrumentos y conseguían que los asistentes borraran de sus mentes quiénes eran y de dónde venían y sólo supieran el motivo de su estancia en La Pérgola : consumir droga y alcohol.. Mi música, además, siempre era triste, melancólica y esto les envenenaba más aún, sumergiéndoles profundamente en el proceso de autodestrucción.
Era fantástico acudir todos los viernes y, dejando a un lado las partituras que ni siquiera sabía leer, tocar el piano y cantar mis propias canciones. Acabada la actuación, acostumbraba a tomar un par de cubatas. Pronto fueron cuatro, seis... y el “después” fue “antes” y cuando actuaba lo hacía tan borracho que a duras penas conseguía recordar la letra de mis canciones. Y me daba igual. Continuaba tocando, con la mirada perdida y la consciencia rozando el límite. Y me daba igual. Los estudios comenzaron a empeorar notoriamente y el entrenador del equipo de baloncesto amenazaba con expulsarme por haber llegado apestando a whisky a algún entrenamiento. Incluso habían despedido a Marisa del instituto. El cóctel de drogas (en las que me inició ella, de nuevo), alcohol y sexo se volvía cada día más explosivo, se convertía en un auténtico cóctel molotov en el que la mecha era la música. Y me daba igual... como igual parecía resultar en casa, donde jamás se supo nada.
Una noche, mientras tocaba Dictadura, mi cerebro no pudo soportarlo por más tiempo y desconectó. Me desplomé, nublándose la vista hasta quedar inmerso en la más absoluta oscuridad y cayendo contra la tarima del escenario. Diego era el único sobrio en el local. Siempre son los jodidos camellos los que no consumen nada, de hacerlo sería su perdición. Son lo suficientemente astutos como para simular ante sus sonados clientes que están colocados, cuando en realidad no es así. Era el único realmente consciente y no me ayudó. Se limitó a arrastrarme hasta el Parque del Oeste, próximo al local, y a abandonarme allí.
Lo más grave no fue que me dejara tirado cuando más lo necesitaba. Ni que me introdujera en su viciada burbuja y me expulsara de ella cuando le vino en gana. Ni que estuviera a punto de arruinar mi vida. Lo más grave es que grabara mis actuaciones y me robara mis canciones. Eso sí que es grave. Grave es que hayas luchado y sufrido por algo que casi te deja en la cuneta y sea otro el que obtenga el fruto. Grave es que escuches un tema tuyo, con pequeñas modificaciones, en la radio y te des cuenta de que el gilipollas que lo interpreta quizá triunfe... y tú no puedes hacer nada para evitarlo. Sólo llorar a solas y maldecirte una y otra vez. Eso sí que es grave.

5 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Claro que es grave. Sufrir no es tan importante, cuando tiene un sentido.

David Bollero dijo...

A veces, incluso, viene bien, ¿verdad?

Treinta Abriles dijo...

Si.

No hay luz sin tiniebla, salud sin enfermedad y vida sin muerte.

David Bollero dijo...

ni amor sin mentira... ni mentira sin amor...

Treinta Abriles dijo...

Puede. Si le entregas a alguien tu corazón sin reparos, deja de ser tuyo.

Pero siempre depende de la mentira...