jueves, 29 de enero de 2009

SEGUNDA PARTE: CAMBIO DE RUTA

Beatriz esperaba la llegada de Nacho... o Iñaki, como le llamaba. Para ella siempre había sido Iñaki. Con el resto de la gente aquel muchacho se comportaba como Nacho, pero con ella, pensaba, era Iñaki. Eso le servía para diferenciarle. ¿De qué? No, no era esa la pregunta; sería más correcto cuestionarse de quién: de todos. Nacho era su posesión, no cabía la posibilidad de que cayera en manos ajenas. Si los demás querían a ese chico, deberían conformarse con un burdo pedazo de Nacho... el resto de Iñaki sería plenamente para Beatriz.
Pero Nacho, Iñaki o como se designe al muchacho que hacía breves minutos, había subido los escalones del entarimado desgastado, había desaparecido. Beatriz seguía esperando, emocionada, el regreso de su novio a la mesa. Sentía unos incontenibles deseos de estrecharle en sus brazos y cubrirle de besos. Le amaba. Tras haber escuchado aquella canción, había saltado un resorte en su corazón. Un resorte que despertó una extraña sensación de vacío, la cual, al mismo tiempo, le producía un lleno absoluto. Era demasiado confuso. Sabía que quería a Nacho, pero hasta el preciso instante en que escuchó boquiabierta aquel tema, no había sido consciente de que le amaba.
Pero Nacho había desaparecido. Un cuarto de hora. Los cubitos de hielo totalmente derretidos en el refresco. Las lágrimas secas en el pañuelo de papel. Aquella silla vacía en frente de Beatriz comenzaba a angustiarla. Se preguntaba una y otra vez dónde estaría, cuando llegaría. Quince minutos eran demasiados minutos. Beatriz pasaba el vaso del refresco de una mano a otra inconscientemente, inmersa en sus pensamientos. Reparó en que ni siquiera sabía que Nacho tocara el piano. Este hecho no era aislado, encabezaba una larga lista de datos del pasado de Nacho que no habían visto la luz para ella. Por un momento creyó que amaba a un completo desconocido. Comenzó a repasar todo cuanto sabía acerca de él y era incapaz de recordar más de diez ocasiones en que se hubiera abierto a ella. Y curiosamente, jamás lo había necesitado. Nacho parecía tener la enigmática habilidad de hacer olvidar su curiosidad a los que le rodeaban. Todo el que estaba junto a él sentía la necesidad de abrir las puertas de su pasado, de su presente e, incluso de su futuro, de par en par y le invitaba a instalarse. Sin embargo, Nacho acababa convirtiéndose en el huésped bohemio, extravagante, extraño. A los ojos de los demás, que precisaban de él más de lo que quisieran, ya no era extraño. Era preferible pensar que era especial.
Pero Nacho había desaparecido. Media hora. La pareja de la mesa de la derecha se reía tímidamente, como no queriendo irrumpir con escandalosas carcajadas en el silencio del local, enmarcado por las notas del piano. Él cogía las manos de su pareja y hablaba suavemente. Ella esbozaba en su rostro una sonrisa y el brillo de sus ojos despedía diminutos destellos de felicidad. De pronto, el hombre levantó su mano izquierda, rodeó despacio la nuca de su amada y acercó sus labios al oído. Susurró unas palabras que produjeron un efecto de asombro y alegría en la mujer. Ella, con los ojos vidriosos, le besó suave y profundamente... como sólo dos enamorados saben besar. Beatriz contemplaba la escena y trataba de convencerse de que de un momento a otro Nacho aparecería de nuevo y se sentaría en su silla. Cogería sus manos y conseguiría que la sombra de la tristeza se esfumara de su faz. Le diría que la amaba y expresaría sus deseos de permanecer junto a ella el resto de su existencia. Y se besarían y , probablemente, acabarían la noche en su casa, haciendo el amor en la cama de sus padres y prometiéndose felicidad eterna.
Pero Nacho había desaparecido. Una hora. La pareja de la mesa de la derecha había abandonado el local cogida de la mano. Beatriz se estaba engañando. Y lo sabía. Sabía que Nacho no regresaría, que su “Te quiero, hasta la vista” había sido definitivo. Sabía que aunque permaneciera sentada en aquella silla hasta que cerrasen el pub, no le volvería a ver. Sabía, en definitiva, que Nacho había desaparecido. Sólo esperaba que no fuera para siempre, pero incluso en ese deseo creía estar engañándose.

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