lunes, 2 de marzo de 2009

V.

El agudo pitido del despertador sobresaltó a la pareja que estaba tendida en la cama, dando la bienvenida a un radiante 13 de marzo de 2013. Eran las ocho de la mañana. El hombre suspiró e intentando desperezarse comenzó a incorporarse. Una mano le cogió por el hombro y tiró de él hacia atrás.
- ¿A dónde vas tan pronto? -preguntó la rubia veinteañera.
- Joder... la tía ésta -murmuró el hombre, levantándose y cogiendo sus pantalones.
- ¿Perdona? ¿Qué has dicho?
- Que voy a por tu desayuno, cariño -contestó con un guiño de ojo-. No te vayas a marchar.
- ¿A dónde iba a ir sin ti?
- Se me ocurren un par de sitios -replicó el hombre, que ya se aproximaba a la puerta. La abrió y quiso despedirse-. Adiós... seas quien seas.
La muchacha se quedó semisentada en la cama, recordando la noche anterior y construyendo en su mente planes de futuro inmediato, siempre junto al nuevo hombre que había entrado en su vida. Pero ella ignoraba que quien había penetrado en su vida, lo había hecho sin invitación y se acababa de marchar por la puerta de atrás dando un sonoro portazo. Claro que lo ignoraba. Pasada una hora comenzaría a intuir que el desayuno no llegaría nunca y si lo hacía, definitivamente no podría comérselo porque no se hallaba en disposición de comer nada... bastante había tragado ya con lo que aquel tipo le había hecho dejándola plantada.
El hombre ya había engullido un copioso desayuno para reponer las energías consumidas la noche anterior. Los años no perdonaban, de eso no cabía la menor duda. Si la pareja hubiera sido alguien de su misma edad, las cosas habrían resultado muy distintas. Sin embargo, el acostarse con una veinteañera implicaba irremediablemente que la fogosidad de la mujer se impondría sobre cualquier otra cualidad del hombre. “Y además era rubia...” pensó el hombre.
Caminaba por la calle Navarra y desembocó en la Plaza de España. Al otro lado de la plaza divisó una cabina de teléfono. Se dirigió hacia ella y extrayendo un pedazo de papel de su bolsillo trasero del pantalón leyó un número. Marcó los números...4...1...5...
- ¿Sí, dígame? -se oyó una voz infantil.
- Buenos días, ¿está Beatriz, por favor?
- No, no está. Eres Antonio, ¿no?
- ¿Antonio? -preguntó vacilante el hombre-. Sí, sí. Oye, ¿y dónde está?
- Está en Barakaldo, en casa de los abuelos. Pero tiene que venir hoy por la tarde-explicó la vocecilla del otro lado de la línea telefónica.
- Vaya -se lamentó-, es que como es su cumpleaños quería enviarle un ramo de flores -hizo una pausa durante unos segundos, los suficientes-. ¿No sabrás la dirección de tus abuelos?
La confusión del muchacho había resultado mucho más provechosa de lo que nunca hubiera esperado. ¿Quién sería aquel Antonio? Debía de ser algún amigo de la familia; lo que era seguro es que se trataba de alguien muy querido y de confianza en la familia. Aquella voz infantil tenía que ser la del hijo de Beatriz. No debía de tener más de 12 años.
El hombre pensó que había de apresurarse si quería que todo saliese bien. Justo en ese mismo instante y rompiendo bruscamente el halo de pensamiento que le envolvía se cruzó un taxi.
- ¡Taxi! -gritó alzando la mano.
- A Barakaldo, por favor. Y el taxi arrancó, perdiéndose rápidamente por las calles de Bilbao.

3 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Como diría un amigo:

"El otro día leí en una revista un estudio que dice que, la plenitud sexual de la mujer, no llega pasados los treínta"

Lo de las veinteañeras es un mito, pero te perdonamos porque somos seguidores entregados y fieles.

;-)

David Bollero dijo...

Ojalá tuviera edad para someter esa teoría al banco de pruebas, pero creo que ya será complicado...

Treinta Abriles dijo...

Se me olvidó decir, que en los hombres es justo al revés...
je, je...