viernes, 20 de marzo de 2009

X.

Nacho se levantó y fue a su encuentro. En mitad de la plaza se cortaron sus respectivas trayectorias o, más bien, se unieron. Caminaron hasta poder encontrar un taxi libre.
- ¿A dónde vamos? -preguntó Beatriz.
- A Bilbao. Tenemos que pasarnos por el Consulado antes de ir al aeropuerto.
El camino hacía Bilbao supuso la primera toma de contacto; durante todo el trayecto el silencio no se rompió salvo cuando el conductor, aburrido por lo rutinario del trabajo intentaba en vano entablar una de sus conversaciones banales. La pareja ni siquiera se miraba a la cara. Los pensamientos de uno y otro les impedían todavía hablar, compartir sus experiencias, abrirse. Los recuerdos, las esperanzas y las antiguas promesas parecían no querer dejarles en paz, esa paz que a veces es necesaria para poder charlar con calma. El cambio de planes que Beatriz había sufrido la había desconcertado. Nacho, por contra, no había sufrido ningún cambio brusco. Jugaba con ventaja y lo sabía. Era él quien tenía la baraja en sus manos. Tenía las cartas marcadas y, curiosamente, no pensaba hacer uso de ellas. La suerte ya estaba echada y no iba a jugar sus naipes, que vinieran como quisieran... el resultado, seguramente, sería idéntico.
Cuando llegaron a Bilbao se dirigieron a la Avenida del Ejército y en el Consulado, Aitor les facilitó el certificado internacional de vacunación contra la viruela y el cólera que era necesario para poder entrar en Estados Unidos. Cuando llegaran a su destino ya recibirían el correspondiente visado.
- Gracias, Aitor. Te debo una -dijo Nacho.
- No, te sigo yo debiendo a ti. Por los viejos tiempos, ¿no?
- Claro, por los viejos tiempos.
- Oye, ¿sigues teniendo aquella caravana que se caía a cachos? -preguntó, tras el mostrador, con una sonrisa pícara cargada de ironía.
- No, la vendí por una miseria. Ya no me servía.
Tras una cariñosa despedida, los dos amigos se perdieron de vista. Desde allí, Nacho y Beatriz fueron directamente al aeropuerto. Para ello tomaron otro taxi que les llevó al punto de partida que veinte años atrás se había esbozado y que ahora estaba perfectamente definido. Esta vez, el trayecto gozó de una conversación, que no cesaría ya más, porque ambos necesitaban hablarse el uno al otro tanto como respirar, incluso más. La distancia y el tiempo, la soledad y la familia no habían logrado distanciarles y en aquel momento, sentados juntos en un taxi camino de Sondika, se sentían más unidos que nunca. La sensación de fugitiva que escapa de su familia, se había esfumado del interior de la mujer. Sencillamente, era un paréntesis que abría en su vida y que ignoraba por cuanto tiempo permanecería abierto. Quizás no lo cerrara nunca. Quizás mereciera la pena sacrificar veinte años de su vida por un día. Quizás.
- ¿Así que, al final tuviste una caravana? -preguntó Beatriz.
- Claro, hombre. ¿No te lo había dicho?
- Sí, pero ya se sabe que del...
- ...Del dicho al hecho hay mucho trecho, ¿no es eso? -interrumpió Nacho-. Pues ya ves, en cuanto tuve el dinero suficiente me la compré. Era una vieja, de segundamano, pero era preciosa. En ella he pasado casi todos estos años.
- ¿De un lado para otro?
- De un lado para otro. Unas veces me quedaba más en un sitio y otras menos, pero siempre en la caravana.
- Al final lo conseguiste, ¿eh? ¿Siempre consigues lo que te propones?
- Ya veremos. Aún queda lo más importante -contestó.
- ¿Por qué vendiste la caravana?
- Ya lo has oído, no me servía. Necesitaba el dinero para el pasaporte.
- ¿Para el pasaporte? -preguntó Beatriz, esperando salir de la confusión en que estaba sumida.
- El pasaporte para ir a Nueva York. ¿Con qué dinero crees que he pagado el traje, los viajes que hecho para encontrarte y los pasajes para el avión?
Beatriz se quedó callada. Le miraba fijamente, con los ojos vidriosos y sintiendo de nuevo en su corazón lo mismo que había sentido aquella noche en La Pérgola cuando Nacho cantó para ella. Acercó despacio su rostro, como no queriendo romper aquel halo de felicidad y deseo, y le besó. Para Nacho y, en el fondo, para ella misma, fue el primer beso sincero en casi veinte años. El primero y, probablemente, el más esperado.

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