martes, 10 de marzo de 2009

VIII.

Nacho seguía en Herriko Plaza. No la había abandonado ni un instante. Únicamente se había levantado del banco para realizar un par de llamadas telefónicas y luego se había sentado de nuevo. El plazo había vencido y Beatriz no daba señales de vida. “Vendrá”, se decía; de hecho, estaba convencido de que aparecería. Habían pasado muchos años, quizá demasiados, pero tenía la absoluta certeza de que acudiría a la cita. Una cita que se habían hecho casi veinte años atrás y que él, por lo menos, no había olvidado.
Ahora, seguramente, tendría que explicarle por qué actuó en el pasado como lo hizo. No tenía ganas, sencillamente no quería recordar aquello. Pensaba que el pasado hay que tenerlo siempre muy presente, pero alejado. Era un pequeño matiz que convenía considerar si de veras se quería llegar a algún sitio. Él lo tenía muy presente y en ocasiones excesivamente cerca. Siempre había sido así y cuando había tratado de cambiar se había demostrado una vez más que todo intento era inútil, una pérdida de tiempo. Sí es verdad que por un sólo instante el cambio parecía mejorar sustancialmente las condiciones en que se encontraba uno, pero sólo era un espejismo que calmaba los anhelos del explorador para luego desengañarle dolorosamente.
Beatriz sabía a la perfección cómo era él. A pesar de ello, le preguntaría los motivos y, lo que era peor, qué había estado haciendo durante todo el tiempo. Nadie había tenido noticias suyas, ni siquiera Luna o Ángel, sus dos mejores amigos. Y por muy trágico que le resultara, no le contaría más que una parte de la verdad, como siempre hacía. La verdad entera resultaba demasiado dolorosa y vergonzante. No era aquello lo que deseaba.

2 comentarios:

Treinta Abriles dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Treinta Abriles dijo...

Curioso. Lo que importa es cumplir la promesa. Da lo mismo lo demás: la preocupación de todos, el que hayan rehecho sus vidas, las consecuencias de su partida... ¿El fin justifica los medios?