miércoles, 29 de abril de 2009

XVII.

Eran más de las dos cuando la pareja estuvo de vuelta en el hotel. Después de la cena, se habían perdido en el torbellino de la actividad nocturna neoyorquina. Se habían tomado unas copas en el Limelight, un local en el que solo la entrada les había costado quince dólares. Pero aquella no era una noche para pensar en el dinero. Definitivamente, no era una noche para pensar. Uno debía dejarse llevar por los dictados del corazón, prescindiendo de cualquier atisbo de lógica que la cabeza pretendiese imponer. Había que disfrutar de la noche hasta el último instante, hasta que la locura se agotara, dejando a la mañana siguiente una deliciosa resaca que sería prolongación de la noche extinguida.

Beatriz abrió la puerta de la suite mientras Nacho la tenía cogida en brazos. Traspasaron el umbral y con un hábil taconazo el hombre cerró la puerta tras de sí. Ella lanzó las llaves a la alfombra. Nacho caminó a trompicones en dirección a la cama y depositó a su pareja suavemente en la cama. Se tumbó a su lado y rozó sus labios con los de ella. Beatriz correspondió y con su lengua humedeció su boca. A un beso profundo le fue sucediendo otro aún más apasionado, y otro, y otro más. Las manos de Nacho se perdían en la melena morena de Beatriz, con movimientos cada vez más rápidos. Sus dedos fueron bajando poco a poco por la nuca hasta llegar a tocar la cremallera del traje de noche. La deslizó delicadamente hacia abajo, mientras no dejaba de besarla, explorando con su lengua dentro de ella. Sus besos descendieron por el cuello, los hombros, los pechos, y con ellos, el vestido. Entretanto, ella desabrochaba hábilmente los botones de su camisa, deshaciéndose de ella para reunirla junto a las llaves en la alfombra. Su respiración era cada vez más entrecortada, ahogada por continuos jadeos que fueron en aumento desde el momento que percibió sobre su pelvis la sublime erección de Nacho. Él seguía besando sus pechos, lamiendo una y otra vez sus pezones endurecidos. Los pantalones de Nacho no tardaron en unirse a la camisa. Los dos cuerpos desnudos se frotaban uno contra el otro en una larga serie de movimientos más y más frenéticos. Los jadeos se incrementaron y tuvieron mayor intensidad. Beatriz daba pequeños mordiscos a Nacho en el cuello y subía y bajaba su cuerpo sintiendo la durísima erección. Nacho notaba la presión de sus pechos voluminosos y sus manos le pellizcaron las nalgas, empujándola contra sí. Rodaron sobre sus cuerpos, siempre unidos, situándose el hombre encima de la mujer, que tenía los brazos en cruz. Sus manos aferraron fuertemente las de Nacho. Entonces, la penetró. Un gemido rasgó el silencio de la habitación y le sucedieron innumerables jadeos, respiraciones entrecortadas y suspiros de placer y gozo. Los movimientos de ambos cuerpos, perfectamente coordinados, se volvieron más violentos, más bruscos, a medida que el placer les envolvía. Adelante, atrás, adelante, atrás... Un ritmo acelerado que producía perlas de sudor por la espalda de Nacho. Adelante, atrás... Una cadencia desenfrenada que halló su cima cuando los dos enamorados alcanzaron el orgasmo a un mismo tiempo, emitiendo un nuevo gemido de deliciosa satisfacción. Los vaivenes perdieron velocidad y se hicieron más pausados. Los dos amantes quedaron tendidos en la cama, envueltos entre las sábanas, disfrutando del momento en silencio.

- Te quiero -dijo Beatriz.

- Yo también -correspondió él-. ¿Podríamos decir que ha sido el mejor cumpleaños de tu vida?

- Podríamos decir que ha sido el mejor día de mi vida.

Y acabaron, con el beso más sincero de cuantos jamás se habían dado, aquella velada que no terminaba nunca, permaneciendo tumbados en la cama, abrazándose como si fuera la primera o la última vez que lo hicieran.

1 comentario:

Treinta Abriles dijo...
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