martes, 7 de abril de 2009

XII.

Ya había transcurrido la mayor parte del viaje y poco tiempo restaba para aterrizar en el aeropuerto internacional Kennedy. La conversación había oscilado de un extremo a otro, versando en ocasiones del pasado de Beatriz -la mayoría de las veces- y otras, de los oscuros años de ausencia de Nacho, que se mostraban como un enigma para la mujer.
- ¿Dónde quedó tu independencia, tu trabajo, tu autosuficiencia? -preguntó él, hiriendo involuntariamente a su acompañante.
- Qué sé yo. Debí perderlas por el camino. Encontré un buen hombre, formé una familia y aquí me ves.
- ¿Cómo es?
- ¿El qué? -se extrañó Beatriz.
- El despertarte todas las mañanas con la misma persona en tu cama, con el mismo rostro risueño, con los ojos cerrados y un profundo ronquido de oso cavernario.
- Hey, no es para tanto -siguió la broma-. Es distinto. Supongo que cuando amas realmente a esa persona es fantástico. Abrir los ojos y ver que ha pasado otro día y está aún a tu lado. Que te apoyará cuando te haga falta, que te consolará, que te amará como tú le amas.
- Y tú, ¿le amas realmente?
Beatriz no supo qué contestar. Estaba terriblemente contrariada y dio gracias al Cielo por la providencial aparición de la azafata, que indicaba a los pasajeros que se abrocharan los cinturones. El avión se disponía a aterrizar, en Nueva York.

No hay comentarios: