jueves, 18 de diciembre de 2008

IX.

Alonso Martínez. Restaban dos estaciones tan sólo para llegar a aquel lugar. Para llegar y morir un poquito más por dentro. Obtendría lo que tanto necesitaba y perdería lo único que tenía hasta entonces de valor... aunque esperaba que pudiera recuperarlo algún día. Dinero por dignidad. Ignoraba si era un buen cambio, pero sabía que era el cambio, con eso bastaba. La pregunta que me sacudía incesantemente era si podría volver a mirar a la cara a Bea.
Chueca. Una estación nada más. Una estación y me codearía penosamente con lo que siempre había repudiado. Los homosexuales siempre habían tenido mi más profundo respeto, pero lo que jamás soportaré es a esa maldita gentuza que se empeña en, no sólo ocultar su condición de homosexual, sino que además engañan a sus seres más queridos. En ocasiones es necesario ocultarlo porque las circunstancias así invitan a hacerlo, pero eso no es lo mismo que engañar... Hay que apoyarse en alguien más, aparte de tu pareja, porque si no se hace así se vivirá un completo fraude. Cuando pasa eso acaba por morirse en vida... como todos esos hombres casados con los que me encontraría en aquel apartamento de la Gran Vía y que buscaban ansiosamente humedades que no se hallan sólo en el agua.
Gran Vía. Fin del trayecto a ninguna parte. Bajé del vagón y caminé en dirección a las escaleras mecánicas. Me eché al lado derecho para permitir el paso. “No va a pasar nada”. Me lo repetía una y otra vez. Me sudaban las manos y la pesada sensación del estómago me hacía suponer que de un momento a otro vomitaría. Parecía que el corazón iba explotar, destrozando mi caja torácica, perdiéndose en aquellas escaleras mecánicas. Por una vez, pensé que bajaba al infierno por unos peldaños que, curiosamente, sólo ascendían... Y ya no había marcha atrás, como tantas otras veces. “No va a pasar nada”.
Ya me encontraba enfrente del portal. Traspasé el umbral, subí andando a la tercera planta -subiendo otra vez al infierno- y me detuve en la puerta de la izquierda. Cuando volviera a salir de aquel apartamento una parte de mí no regresaría conmigo, se quedaría allí, se consumiría allí... Extraje de mi cartera la fotografía que Bea me había dado, miré a mi alrededor y descubría que uno de los peldaños de madera estaba carcomido... podrido por todo lo que escapaba del piso próximo... igual que en ese instante yo estaba carcomido por la duda y el temor. Introduje la fotografía en el hueco que quedaba y pensé : “Tú aquí, que jamás te alcance esta jodida miseria... esta asquerosa locura de la que yo no puedo escapar”. Cerré los ojos y respiré profundamente. Alargué la mano hasta el timbre y, mirando por última vez la foto de Bea, con la mirada con que uno se despide en una estación de tren, me dije : “No va a pasar nada”... y llamé.
Aquella habitación, que supuse era la sala de espera, estaba repleta de cuarentones, con barrigas tan gordas como sus carteras, que desbordaban billetes por los cuatro costados. Al entrar dirigieron hacía mi la vista y con ella descargaron toda la lujuria y el vicio que albergaban, taladrando hasta el último resquicio de valor que conservaba. Sus obscenas sonrisas y su odiosa amabilidad infundían un miedo como nunca tuve, como jamás sufrí. Cuando el encargado me ordenó que pasara a otra sala y me desnudase, creí estar viendo al mismísimo Satanás, dispuesto a robarme el alma, a mancillarla y a aniquilarla por el escaso valor que tenía.
- Ahora irán pasando. Los recibes así como estás y les haces el apaño -explicó Satanás.
- ¿Cuánto tengo que cobrarles? pregunté, casi tartamudeando.
- Por eso no te preocupes que tú no tienes que hacer nada de eso, ya les cobro yo a la entrada -dijo, dando media vuelta- ¡Ah! Las gomas las tienes ahí en la mesilla.
Abandonó el dormitorio. Eran las 11:00 de la mañana. Por última vez, lancé al silencio un grito desgarrador -“No va a pasar nada”- y la viciosa sonrisa de un cuarentón trajeado
que entraba se grabó a fuego en mi corazón, abrasándolo un poco más... Y sí que pasó algo.

3 comentarios:

Javier J. Concepción dijo...

Durísima.
Me gusta.
Doy gracias a mi mala memoria por hacer que al releer esta novela me parezca la primera vez. Te lo juro, eres el puto amo, para mí si, para mí siempre...

David Bollero dijo...

Que porque el Estudiantes vaya tan mal tampoco me tienes que consolar así...

Treinta Abriles dijo...

A mí también me gusta, pero te has pasado. Demasiado fácil y evidente.

En mi opinión, habría muchas maneras de conseguir ese dinero y llegar a la situación a la que deseabas llegar, sin recurrir a una idea tan trivial como la prostitución.

Pero bueno, teniendo en cuenta que parece que la escribiste en época universitaria y que, son años apasionados, confusos y de sentimientos precipitados... ¡Aceptamos barco!

En general, me encanta como escribes. Sabes marcar muy bien los ritmos.